Del conocimiento a la luz
Comentario sobre las limitaciones del conocimiento para comprender la realidad
Pensamiento
Comentario sobre las limitaciones del conocimiento para comprender la realidad
Pensamiento
La luz que nos proporciona la divinidad es el verdadero conocimiento.
Parece que los tiempos actuales son poco proclives a la vivencia religiosa en su sentido más auténtico, a pesar de las manifestaciones espirituales que se producen en nuestras sociedad. Siendo esta afirmación una fuente de contradicciones, hemos de aventurar la hipótesis de que a mayor espiritualidad popular menos sentimiento religioso. En efecto, ahora vivimos en la cultura de la superficialidad: todo vale, todo es admisible, todo se mezcla en una suerte de sopa de letras ininteligible. El relativismo más absoluto campa por las cocinas del pensamiento contemporáneo. La vida espiritual no podía ser menos. Se introducen en el imaginario colectivo ideas largamente estudiadas y superadas por nuestra civilización -como el panteísmo o el racionalismo- revestidas de nuevos significados. Se favorece el sincretismo religioso y la mezcla de creencias. Con este trasfondo pseudocultural surge la espiritualidad trivial y efímera; pero dañina para la mente y el espíritu.
¿Dónde queda el sentido de Dios? ¿Y Dios mismo? Diluido entre los recovecos de la expansión de la conciencia, las experiencias extraordinarias de la mente y el consumo compulsivo; o sea, los tres pilares de la nueva religión. Dios es visto hoy día no como un mito más o menos elaborado, sino como una parte más de la naturaleza. Ya nada causa estupor, asombro, admiración. El ser humano ha llegado a tal punto en su borrachera por el conocimiento que todo queda bajo la lupa de la sospecha. No se trata, por tanto, de ateísmo, teísmo o agnosticismo. La sociedad actual ha dejado atrás estos conceptos.
Claro está, para el hombre creyente nada ha cambiado, puesto que basa su credo en la esperanza. La Humanidad no se debilita por ideas peregrinas, ni por falsas religiones, sino por la pérdida de esperanza que, unida a la fe, configura la verdadera esencia a la que debemos aspirar. Estos tiempos de crisis se superan con amor y confianza, y también con sabiduría.
Curiosamente el conocimiento profundo de la realidad, si podemos entrar en tal cuestión, es una labor que se potencia con ahínco. Nada más ver los esfuerzos que hacen los físicos de partículas por desentrañar los misterios de la materia. Hasta el cine refleja la inquietud por conocer verdades ancestrales.
Parece ser que desde la noche de los tiempos había unas grandes verdades ocultadas deliberadamente a los hombres... el mito se alimenta así para ofrecer asideros con los que pergeñar elaboradas cosmovisiones. Y, sin embargo, la verdad única e inmutable es tan próxima a nosotros que no nos damos cuenta de su cercanía. “Dios está más cerca de ti que tu vena yugular”, afirma el Corán.
‘Buscar’, ‘conocer’, ‘indagar’, ‘explorar’, son verbos que denotan acción e inquietud y que forman parte de las preguntas básicas del filósofo. Muchos piensan que con el conocimiento todo está hecho, que han llegado a la cima, que son sabios, que no hay nada sobre sus cabezas y si hay algo, simplemente es que aún no ha sido investigado de forma adecuada. Se equivocan. Para llegar a la cumbre del saber se necesita el amor. Entonces, de esta fusión surge la sabiduría que, por la sola acción divina puede convertirse en iluminación. Sendero difícil de transitar, desde luego.
Hay quien se preguntará qué tipo de sabiduría es ésta en la que no basta el sólo uso de la razón científica o filosófica, del intelecto material. Hablamos aquí de la sabiduría que llega más lejos que las palabras, el razonamiento y el pensamiento.¡Qué limitado es el lenguaje para expresar la riqueza de nuestro interior! Esta sabiduría supera la imaginación y la fantasía, trasciende el antes y el después, se adentra en una realidad resbaladiza e intemporal. Es la sabiduría que aparece en el hombre orante confiado a la divinidad. Es el destello místico. Es la verdadera conciencia universal, sumergida en el amor infinito que sostiene el universo entero. Todos estamos llamados a esta sabiduría.
Desde esta perspectiva podemos plantearnos afrontar los problemas de nuestro mundo con verdadera confianza, No somos espectadores pasivos, sino que con la serenidad de nuestro ser auténtico, influimos en los acontecimientos cotidianos. Tenemos el fuego del Amor, somos divulgadores eficaces de la Revelación. Aquí se extinguen los temores y miedos, quedando atrás petrificados en el invierno de nuestras vidas. Llega ahora el tiempo de la luz que brilla por encima de la soberbia intelectual, para iluminar los pasos de la Humanidad en una sola dirección.
Parece que los tiempos actuales son poco proclives a la vivencia religiosa en su sentido más auténtico, a pesar de las manifestaciones espirituales que se producen en nuestras sociedad. Siendo esta afirmación una fuente de contradicciones, hemos de aventurar la hipótesis de que a mayor espiritualidad popular menos sentimiento religioso. En efecto, ahora vivimos en la cultura de la superficialidad: todo vale, todo es admisible, todo se mezcla en una suerte de sopa de letras ininteligible. El relativismo más absoluto campa por las cocinas del pensamiento contemporáneo. La vida espiritual no podía ser menos. Se introducen en el imaginario colectivo ideas largamente estudiadas y superadas por nuestra civilización -como el panteísmo o el racionalismo- revestidas de nuevos significados. Se favorece el sincretismo religioso y la mezcla de creencias. Con este trasfondo pseudocultural surge la espiritualidad trivial y efímera; pero dañina para la mente y el espíritu.
¿Dónde queda el sentido de Dios? ¿Y Dios mismo? Diluido entre los recovecos de la expansión de la conciencia, las experiencias extraordinarias de la mente y el consumo compulsivo; o sea, los tres pilares de la nueva religión. Dios es visto hoy día no como un mito más o menos elaborado, sino como una parte más de la naturaleza. Ya nada causa estupor, asombro, admiración. El ser humano ha llegado a tal punto en su borrachera por el conocimiento que todo queda bajo la lupa de la sospecha. No se trata, por tanto, de ateísmo, teísmo o agnosticismo. La sociedad actual ha dejado atrás estos conceptos.
Claro está, para el hombre creyente nada ha cambiado, puesto que basa su credo en la esperanza. La Humanidad no se debilita por ideas peregrinas, ni por falsas religiones, sino por la pérdida de esperanza que, unida a la fe, configura la verdadera esencia a la que debemos aspirar. Estos tiempos de crisis se superan con amor y confianza, y también con sabiduría.
Curiosamente el conocimiento profundo de la realidad, si podemos entrar en tal cuestión, es una labor que se potencia con ahínco. Nada más ver los esfuerzos que hacen los físicos de partículas por desentrañar los misterios de la materia. Hasta el cine refleja la inquietud por conocer verdades ancestrales.
Parece ser que desde la noche de los tiempos había unas grandes verdades ocultadas deliberadamente a los hombres... el mito se alimenta así para ofrecer asideros con los que pergeñar elaboradas cosmovisiones. Y, sin embargo, la verdad única e inmutable es tan próxima a nosotros que no nos damos cuenta de su cercanía. “Dios está más cerca de ti que tu vena yugular”, afirma el Corán.
‘Buscar’, ‘conocer’, ‘indagar’, ‘explorar’, son verbos que denotan acción e inquietud y que forman parte de las preguntas básicas del filósofo. Muchos piensan que con el conocimiento todo está hecho, que han llegado a la cima, que son sabios, que no hay nada sobre sus cabezas y si hay algo, simplemente es que aún no ha sido investigado de forma adecuada. Se equivocan. Para llegar a la cumbre del saber se necesita el amor. Entonces, de esta fusión surge la sabiduría que, por la sola acción divina puede convertirse en iluminación. Sendero difícil de transitar, desde luego.
Hay quien se preguntará qué tipo de sabiduría es ésta en la que no basta el sólo uso de la razón científica o filosófica, del intelecto material. Hablamos aquí de la sabiduría que llega más lejos que las palabras, el razonamiento y el pensamiento.¡Qué limitado es el lenguaje para expresar la riqueza de nuestro interior! Esta sabiduría supera la imaginación y la fantasía, trasciende el antes y el después, se adentra en una realidad resbaladiza e intemporal. Es la sabiduría que aparece en el hombre orante confiado a la divinidad. Es el destello místico. Es la verdadera conciencia universal, sumergida en el amor infinito que sostiene el universo entero. Todos estamos llamados a esta sabiduría.
Desde esta perspectiva podemos plantearnos afrontar los problemas de nuestro mundo con verdadera confianza, No somos espectadores pasivos, sino que con la serenidad de nuestro ser auténtico, influimos en los acontecimientos cotidianos. Tenemos el fuego del Amor, somos divulgadores eficaces de la Revelación. Aquí se extinguen los temores y miedos, quedando atrás petrificados en el invierno de nuestras vidas. Llega ahora el tiempo de la luz que brilla por encima de la soberbia intelectual, para iluminar los pasos de la Humanidad en una sola dirección.
1 comentario:
¡Hola, Mario! Extensa reflexión sobre el eje fundamental del ser humano. Como describe tu texto, el mejor atajo para encontrarlo es mirar dentro de uno mismo.
Para identificar su esencia, no hay duda: aquello que une, la cualidad unificadora por excelencia, el amor.
A partir de ahí, me importa un rábano si encuentro a Dios en un templo vacío, en la oración, en la meditación, en mi ocupación cotidiana, frente a un plato de comida o contemplando la mirada tierna de mi hija...
Salud para ti y los tuyos.
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